viernes, 29 de mayo de 2009

Cómo enseñarle a un niño a Discutir

Navegando, encontré este interesantísimo artículo escrito por Jay Heinrichs, publicado originalmente en la revista Wondertime de Disney, el cual fue nominado en el 2007 para un National Magazine Award.



Foto: :O( de Naomi Frost

Cómo enseñarle a un niño a discutir

Por qué algún padre cuerdo le enseñaría a sus hijos a discutir? Porque, como este padre descubrió, esto incrementaba la harmonía en la familia.

Aquellos que no tengan hijos perfectos encontrarán esta situación bastante familliar: Luego de sacar dinero del banco, mi hija de 5 años empezó una pataleta, llorando y gritando en el piso porque quería ir a un lugar, cuando un par de señoras miraban con disgusto (Sus hijos, aparentemente, fueron perfectos.) Le dí a Dorothy una mirada decepcionada y dije “Ese razonamiento no funcionará, corazón. No es lo suficientemente patético”.

Parpadeó un par de veces, se levantó, molesta pero silenciosa.

“Qué le dijiste?” una de las mujeres preguntó.

Le expliqué que “patético” era un término usado en retórica, el arte antiguo de la discusión. Encontré el tema un lluvioso día en una biblioteca y me obsesioné. Como resultado, Dorothy había aprendido casi desde nacimiento que una persona persuasiva no sólo expresa sus emociones; tiene que manipular a su adiencia. O Yo, en otras palabras.

Bajo mi tutelaje en los años que vinieron, Dorothy y su hermano menor, George, se volvieron alarmantemente persuasivos. “Buen, sea lo que sea” – dijo la mujer "funcionó”. Por supuesto que funcionó. Había trabajado duro para hacer a mis hijos muy capaces a la hora de discutir.

Por qué demonios querría un padre eso? Porque la persuasión es poderosa. La retórica tiene su origen en los pleitos de la antigua Grecia, cuando los ciudadanos que no eran buenos persuadiendo podían perder sus casas – o sus vidas. Era básico en la educación hasta inicios de 1800s, enseñarle a la élite de la sociedad cómo debatir, hacer decisiones públicas, y llegar a un acuerdo. Probablemente explica cómo los padres fundadores lograron crear una nación de 13 colonias que peleaban entre sí.

Hay que enfrentarlo: nuestra cultura ha perdido la habilidad de discutirde manera útil. La mayoría de personas parecen evitar la discusión. Pero esto ha producido una agresión pasiva y pensamiento grupal en la oficina, estados rojos y azules, y familias que son incapaces de discutir cosas tan simples como qué ver en la televisión. La retórica no convierte a los niños en molestos; hace que piensen en otros puntos de vista.


foto: Ahmed Zahid

Desde hace tiempo, para mí, pelear era lo mismo que discutir, pero en la retórica, son cosas muy diferentes. Una discusión es buena; una pelea, no. Mientras que el objetivo de una pelea es la de dominar a un oponente, en una discusión uno triunfa cuando tienes a la audiencia de tu lado, por ejemplo, en el poco probable evento que un niño intente persuadir a su audiencia, en lugar de gritarle.

George, a quien le tomó más tiempo que a Dorothy para hablar, primero era un devoto de lo que los “retóricos” llaman un “argumento que apela al bastón” (argumentum ad baculum) – o, en pocas palabras, prefería recurrir a la fuerza para sostener la validez de su punto de vista. Después de cada pelea, le preguntaba, “Conseguiste que el otro niño estuviese de acuerdo contigo?”. Por años, consideró esto como una pregunta bastante estúpida, y quizás lo era. Pero eventualmente esta pregunta tuvo sentido: en el mundo de la retórica, un argumento que apela al bastón no es un argumento real, es una falacia. Nunca persuade, sólo consigue inspirar a la venganza. Para estar en desacuerdo razonablemente, un niño debe aprender las tres herramientas básicas de una discusión. Las obtuve directamente de Aristóteles, por ello los nombres en griego: logos, ethos y pathos.

Logos

Logos es el argumento por lógica. Si los argumentos fueran niños, logos sería la inteligente, a hermana mayor que obtiene las mejores notas en el colegio. Forzar a mis hijos a ser lógicos los forzó a conectar lo que querían, con las razones que daban.

  • “Mary no va a dejarme jugar con el carro”.
  • “Por qué debería?
  • “Porque es una cerda.”
  • “Así que Mary debería darte el carro porque es una cerda”?

Repetir la premisa del niño (que es una cerda) con su conclusión (por lo tanto, debería dejarme jugar con el carro), la obliga a pensar lógicamente.

Ethos

Ethos, o el argumento por caracter, emplea la personalidad persuasiva, reputación, y habilidad de verse confiable. (Mientras logos suda por sus notas, ethos es elegido el presidente de la clase). Mis hijos aprendieron pronto que una buena reputación es más que sólo buena; es persuasiva. En la retórica, mentir no esta sólo mal porque si, es malo porque no es persuasivo. Un padre tendrá mayores posibilidades de creer en un niño que es confiable, y aceptar su argumento. Por ejemplo, si dos niños – la lista completa de sospechosos – niegan haberse comido esa última galleta, ethos es importante

  • Yo: “Uno de ustedes se comió la galleta”
  • Dorothy: “Acaso me he robado alguna galleta antes?”
  • Yo: “Buen punto. George?”

Pathos

Por último, está pathos, el argumento por emoción. Es el hermano que lo consigue todo por jugar con las emociones. En la retórica, la pataleta inicial de Dorothy no era lo suficientemente “patética”, porque estaba pensando demasiado en sus propios sentimientos y por lo tanto, fallaba en manipular los míos. Pathos es, aunque no lo crean, la base de la palabra Simpatía. Cuando un niño aprende a leer las emociones de uno y a tocarlas como un instrumento, están creando a una buena persona persuasiva.

  • Dorothy: “Papá, te ves cansado. Quieres sentarte?”
  • Yo: “Gracias. Qué lugar tenías en mente?”
  • Dorothy: “Ben & Jerry’s”

foto: alessandro pucci

Logos, ethos y pathos apelan al cerebro, presentimiento y corazón tanto de un adulto, como de un niño. Mientras nuestro cerebro trata de ordenar los hechos, nuestro presentimiento nos dice si podemos confiar o no en esa otra persona, y nuestro corazón nos hace querer hacer algo al respecto. Son la esencia de la persuasión efectiva. De hecho, un niño puede encontrar complicado aplicar ethos logos y pathos y leer los sentimientos de otro niño estratégicamente, pero como cualquier otra habilidad útil, hay que empezar desde joven.

En lugar de “Usar tus palabras” diría “Mira si puedes convencerlo”. Cuando mis hijos hicieron un honesto intento de persuadirme para dejarles ver televisión, por ejemplo, los dejaba cada vez que era posible: sentían que la victoria valía el doble. Ellos lograban ver televisión, y disfrutaban haberse ganado el derecho. Mis hijos se volvieron tan fanáticos del debate, que incluso se peleaban con la televisión en sí.

  • “Por qué debería comer caramelo que habla?”
  • “Una muñeca que va al baño? Si ya tengo un hermano que hace lo mismo”. Era como si les hubiera dado un par de vacunas para la publicidad.

Había tratado de de usar las tres formas de argumentos en George cuando, a los 7 años, insitió en utilizar shorts en medio del invierno para el colegio. Primero usé un poco de ethos con mi cara de padre estricto: “Tienes que usar pantalones porque soy tu padre, y así te lo digo”. Pero simplemente me miraba con lágrimas en sus ojos.

Luego probé logos: “Los pantalones evitarán que tus piernas se congelen” le dije razonablemente. “Te sentirás mucho mejor”.

“Pero quiero usar shorts”.

Así que recurrí a pathos. Me levanté mis pantalones y empecé a saltar por todos lados “Doh-de-doh, mírame, aquí voy al trabajo usando shorts.

No me veo estúpido?”.

“Sí,” dijo, pero todavía poniéndose sus shorts.

“Entonces por qué insistes en utilizar los shorts tú mismo?”

“Porque yo no me veo estúpido. Y son mis piernas. Y no me interesa que se congelen”.

Finalmente, me había superado en ethos (yo no me veo estúpido), logos (son mis piernas – tu no puedes decir nada al respecto), y pathos (deja de preocuparte – yo voy a lidiar con el asunto del dolor). Estaba también haciendo su primer intento de discusión, en lugar de llorar. No podía dejarle perder.

“Está bien”, le dije. “Puedes usar shorts en el colegio si tu madre y yo podemos convencer al profesor y el director. Pero tienes que usar pantalones para la nieve cuando estés afuera. Trato?”.

“Trato”. Feliz, fue a recoger sus pantalones de nieve, y llamé al colegio. Unas semanas después la directora declaró el cumpleaños de George el “Día de los Shorts”, e incluso ella apareció en unos. Era en medio de febrero. Habíamos llegado una posición cómoda – retóricamente cómoda, al menos- de acuerdo, una creencia en nuestra decisión por el grupo o comunidad.

Y así, mientras mis hijos crecían y se volvían más persuasivos, me encontraba perdiendo más y más argumentos de los que ganaba. Me vuelven loco. Pero me enorgullecen.

La guía de Aristóteles para Debates en la Mesa

  1. Discutir para enseñar cómo tener decisiones. Cuando se discuten varios puntos de vista de un asunto con los niños (“La playa o las montañas este verano?”), aprenden a presentar otras opciones (“Ambos!”) y luego deciden qué camino tomar.
  2. Centrarse en el futuro. Argumentos sobre el pasado (“Quién hizo este desorden con los juguetes”) o el presente (“Los niños buenos no hacen desórdenes”) son menos productivos que centrarse en lo que se hará: “Qué buena manera existe para asegurarnos que los juguetes sean ordenados.
  3. Usar “fouls”: Cualquier cosa que impida debates, cuenta como un foul, o una falta: gritar, salir corriendo del cuarto, o recordar atrocidades familiares.
  4. Premiar las emociones correctas. Responder a gritos y furia, simplemente con “Oh, vamos. Pueden hacer algo mejor que esto”.
  5. Dejar que los niños ganen. Cuando presentan un buen argumento, no hay mejor método de enseñanza que premiarlos. Mi dependencia en esas ollas que cocinan lentamente, por ejemplo, hacían que mi hijo rogara por comida “seca”. “Incluso la comida de los gatos no están siempre mojadas”. Buen punto. Le serví hamburguesas. Hamburguesas bien secas.

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